Acordaron
pasar juntos el 21 de diciembre. Cada uno llevaría un escrito relacionado con
el tema del fin de mundo, vino y algo para comer. El ritual prometía. Se llego
el día y todos asistieron. Bromearon toda la noche, se burlaron de las creencias
de la gente, comieron y se embriagaron.
Mientras
tanto en los rincones oscuros de los barrios marginales, en los diferentes
puntos cardinales de la ciudad, preparados y seguros, los jóvenes se dieron a
la tarea de desenterrar las armas e
iniciaron la marcha hacia el centro de
la ciudad. El 21 era el día acordado.
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