QUIERO
ESTAR ADENTRO
.
Está sentada
en las escaleras frente a la puerta de su casa, tiritando. Mira fijamente una pequeña luna brillante con forma de uña y
llora porque no le abrieron. En la
esquina de la cuadra están reunidos los muchachos del vecindario, se
reparten las tareas de la noche. La vieron llorando y la han invitado a
trabajar con ellos. Le dicen que es fácil: debe pararse en la esquina y
avisarles si viene una patrulla. La niña se niega y sigue ahí sentada llorando.
Ahora no siente ni frío, ni calor, ya no siente nada. Mañana cumplirá
diez años, sabe que a nadie le
importa, menos a su mamá que está
allá adentro con el último hombre que se levantó. Él le dijo que la sacara a la
calle, que lo tenía aburrido y ella le hizo caso y la sacó. A su hermanito mayor lo sacó hace dos meses; él se fue a pedir posada al
convento y allí se quedó. Le contó a las monjas que su hermanita también
estaba en la calle y fueron a buscarla. Ella se negó. No quiso ir a vivir en el
convento. No, no lo hará. Ningún adulto la mandará. En la calle nadie le dirá
nada. Las monjas le dicen que de todas formas allí la esperan.
Se queda en la calle. Descubre que hay otros niños allí y empieza a
andar a su lado. De algo le sirvió la escuela esos años, porque ahora ella es
la que manda y sabe que la ayudarán a
regresar a casa. ¡Ella si tiene mamá! Una noche les propone el plan: cuando él llegue
borracho a la casa de su mamá lo atacarán en el potrero, entre todos pueden.
Después lo tirarán al canal.
-Mamá no se enterará –les dice. -Después volveré
y le diré a mamá que ahora todo está bien.
Y por primera vez después de dos
años sonríe.
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